miércoles, 2 de julio de 2014

Hablando a los niños sobre la muerte

En algunos de los correos que me enviáis, soléis preguntar cómo poder hablar de la muerte a un niño. La mejor manera de hacerlo, es siendo sencillos y directos; hablando un lenguaje a la medida de ellos.

Los niños son muy observadores, y viven en el presente constantemente. Les cuesta comprender qué es futuro y pasado. El concepto de la muerte, es demasiado abstracto para ellos, a no ser que hayan vivido una experiencia cercana, como la pérdida de un familiar o de una mascota.

Cuando un niño pregunta sobre un ser que ha fallecido, sobre una muerte concreta, debemos hablarle con el corazón. No debemos dar más información que la que pide. Seremos sinceros, sencillos y claros. Si necesita más, ya nos lo dirá. Nos ponemos a su nivel, dejando que lleve la iniciativa en cuanto a la cantidad de información que puede procesar y entender.

Hace un tiempo, una amiga mía, que tiene un niño de seis años, me comentaba cómo su hijo, le había preguntado por su abuelo materno. Le dijo, aita, padre, tiene padre pero tú no. ¿Dónde está tu padre? El niño, se había dado cuenta que tenía dos abuelas pero un sólo abuelo y decidió preguntar.

Mi amiga, le contó que había muerto hace ya muchos años, cuando ella era joven, que estaba en un lugar diferente al nuestro. Le preguntó, qué era estar muerto. Le contestó que era vivir en otro lugar, y aunque estaba lejos, su abuelo podía verle y sentirle. El niño se conformó con la explicación. 

Al cabo de unos días, volvió a hacerle más preguntas a su madre: ¿podía hablar con él por teléfono?, ¿su abuelo podía ir a visitarle?

La respuesta volvió a ser sencilla; su abuelo no podía abrazarle, pero si podía verle. El niño, podía hablarle desde el corazón, suavecito, contándole como era su día, qué había hecho en el colegio, qué amigos tenía; porque aunque estuviera lejos, su abuelo estaba muy cerca de él. El niño lo comprendió y no volvió a preguntar nada más.

Poco tiempo después, falleció un conocido de ellos con el que el niño tenía bastante trato. Mi amiga estaba triste, su hijo le preguntó qué le pasaba y ella le contó lo que había pasado. El niño le respondió, que no debía estar triste porque ya sabía dónde estaba su conocido, en el mismo sitio que su abuelo. No le dio más importancia. Sabía que estaba bien. 

Los niños son prácticos, realistas. La muerte para ellos, es un viaje; no tiene el mismo valor que para nosotros. Es importante vivir la muerte de manera natural. No esconder los sentimientos y hablarles a su nivel. Si permanecemos atentos, es posible que los niños nos sorprendan dándonos información sobre los seres que han fallecido. Tienen el canal más abierto que los adultos y perciben mejor las señales que nosotros.

La muerte nos rodea. Sólo tenemos que observar a nuestro alrededor lo que ocurre cuando cogemos una flor, cuando un animal, una mascota, un familiar, un amigo, o un desconocido muere. No debemos ocultarles lo que sucede. La muerte está asociada a la vida, forma parte de ella. Los niños no deben ser ajenos a ella. Viven la vida con sus ojos a través de nosotros, de nuestras emociones. Necesitan seguridad y la buscan en su entorno que es su mundo.

Más que la muerte en sí, lo que les afecta son los sentimientos y emociones que ésta genera en su ambiente. Es decir, cómo vive su entorno, sus padre y familia, la muerte. Si ven angustia, la vivirán con temor; si se les explica que estamos tristes porque un ser al que queremos se ha ido lejos y no le vamos a volver a ver, comprenderán nuestra pena.

No debemos esconder nuestras emociones, al revés; pues mostrándolas, permitimos que los niños sepan que la vida tiene momentos agradables; y otros, dolorosos. Estamos enseñándoles a que debemos adaptarnos a ellos de la mejor manera que sepamos. Es bonito compartir con ellos nuestros sentimientos, les estamos dando la oportunidad de acompañarnos en ellos; y así, de crecer como seres.


La imagen está sacada de internet y desconozco quién es su autor.