Azahara, del blog Un pedacito de mí, y Carmen en los comentarios de la entrada anterior plantearon unas cuestiones muy interesantes a las que voy a intentar responder.
Azahara, "Por otra parte, siempre me da por pensar en cómo se debe sentir la
persona que se ha ido y que ve a sus familiares pasarlo mal. Se debe
sentir impotencia y ganas de ponerte en contacto para tranquilizarles".
Carmen, "si ellos nos ven sufrir ¿sufriran? aunque a veces pienso que es como
los cuentos de los sabios, que ellos saben que de nuestro sufrimiento
aprenderemos o renaceremos, y por eso no sufren, solo esperan a poder
echarnos una mano, esa mano puede ser en forma de idea que soluciona el
problema, una paz de animo cuando pensamos que no podemos más, alguien
que de pronto aparece y con su conversación nos hace sentir mejor, no
se, en esas mil cosas a veces pequeñas cosas que pasan y nos ayudan a
tirar".
Al morir, seguimos siendo nosotros, o mejor dicho, nuestra alma o esencia, sigue viviendo, no desaparece. El cuerpo físico se queda mientras que el espíritu que somos, ocupa otro lugar en otra dimensión o plano donde se puede descansar, repasar la vida experimentada, seguir trabajando y evolucionando, ayudadando a otros seres, etc.
Las emociones o sentimientos que tiene el alma, son distintas a cuando estamos en la tierra. Aquí, las emociones están a flor de piel, sufrimos, reímos, sentimos la injusticia, la deslealtad, la fidelidad, la unión con una fuerza e intensidad que no existen en otros planos.
En la tierra amamos, sentimos que los lazos que nos unen son infinitos, y es cierto que lo son, pues somos eternos, pero no se viven con la misma intensidad cuando morimos. El amor es el mismo, incluso la capacidad de amar es mayor, pues, en teoría, no estamos sujetos a los apegos. Luego el amor es incondicional, los lazos que nos unen se estrechan. Pero también "se relajan en intensidad". En la tierra somos viscerales, radicales; en otras dimensiones, somos amor. Los seres que han muerto, nos ven, saben lo que nos ocurre y lo que sentimos, pero no lo viven como nosotros.
Voy a poner un ejemplo. Una persona muy cercana a mi, le llamaré Luis, en vida tenía un corazón de oro y era muy generoso, aunque también era muy quisquilloso, todo le molestaba. Tenía una relación bastante tensa con una hermana y discutían muchísimo. Los hijos de ambos tampoco tenían una buena relación entre sí y poco a poco la distancia acabó con la relación.
Durante una consulta con una sobrina de Luis, apareció éste como un guía suyo. Al morir, se dio cuenta que la mala relación que había tenido con su hermana y familia, había sido por una tontería, y quería disfrutar y ayudar a su sobrina mientras ella lo quisiera. Lo que para él estando vivo, hubiera sido impensable porque le producía dolor, ahora no existía. No había sufrimiento, ni pena. Sólo amor.
Es habitual que en muchos de los mensajes de los seres queridos que han muerto, al ver que sufrimos por su marcha, por su muerte, quieren transmitirnos que se viva con alegría, esperanza, porque ellos están bien y son felices.
Hay consultas que impactan más que otras por muchos motivos. El hijo de Ana murió en un accidente de coche. Tenían una relación muy estrecha, se llevaban muy bien, habían cuidado siempre uno del otro. Al morir su hijo, Ana entró en una depresión muy fuerte de la que ya ha salido. En los mensajes que le daba su hijo, le decía que siguiera adelante, que le quería ver feliz, contenta, riéndose y no llorando. Y bromeando, le decía que le iban a salir arrugas. Era una broma familiar.
Ana no entendía que su hijo le dijeran que se riera, no le parecía correcto, sentía que se burlaba de ella. Le preguntaba a su hijo, ¿y todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos sufrido por este u otro motivo, ya no importa? El le respondía que no sentía dolor, ni pena por lo que había pasado, quedaba atrás y que ahora se daba cuenta de que había sido una pérdida de tiempo. Ana no pensaba de la misma manera.
Su hijo quería que Ana avanzara, que viviera con alegría y quería ayudarle a conseguirlo. Ana, no quería dejar de sufrir, pensaba que su dolor era el de su hijo y él le entendería, pero no es así. Por mucho que su hijo le dijera que dejara atrás el dolor y se abriera a la alegría, siguió sin entenderlo.
El dolor de Ana no ha remitido, porque ella necesita de él para darle sentido a su vida y por mucho que su hijo, le ayude a superarlo, no lo ha conseguido. Sigue a su lado, velando y guiándole. No sufre por su madre, ni por su dolor. Sólo le ama, está con ella.
Los seres queridos, no sienten nuestro dolor como el suyo. Permanecen a nuestro lado si ellos así lo desean, y a través del amor que sienten, nos ayudan, guían, velan, protegen. En su vida, no hay envidias, celos, angustias, riñas; hay entendimiento, comprensión, y sobre todo, hay amor.
Unos seres llegaran antes que otros, a vivir esta situación de amor, desde donde todo se vive con otra intensidad, con un mayor conocimiento y donde la luz permite que vean lo que nosotros no podemos, llenando de claridad nuestras sombras, sanando nuestras heridas, acompañándonos en nuestro caminar por la vida. Para disfrutarlo, debemos darnos permiso para sentir y vivir sin dejar espacio a la culpa y al remordimiento.
La imagen está sacada de internet y desconozco quién es su autor.