Vivimos en ciudades y poblaciones cada vez más impersonales; aunque siempre hay maravillosas excepciones en las que los habitantes de un lugar no sólo se conocen, sino que también se apoyan.
En las ciudades grandes buscamos ser o pasar inadvertidos, menos para nuestro pequeño grupo de familia, amistades y allegados. Nos cruzamos por la calle con seres que aunque desconocidos, dejan de serlo para convertirse en habituales por coincidir con ellos todos los días, ya sea cuando compramos el pan, cogemos el autobús, vamos a la universidad, al trabajo, al supermercado, paseamos, caminamos.
Pasa un poco lo mismo en las casas que habitamos. Si llevamos tiempo viviendo en ellas, podemos conocer a los vecinos, buscar ayuda, apoyarnos. Los nuevos residentes que van incorporándose a la vecindad, unos pasarán de largo, mientras que otros se irán adaptando a la comunidad participando en ella.
Mi habitación da a un patio de luces, en el que se juntan dos portales y comunidades distintas. Tiene ritmo, velocidad incluso un lenguaje multicolor propio, se pueden escuchan distintos idiomas en voces de diferentes edades.
Muchas veces no hace falta mirar el reloj para saber qué hora es. Olores que indican que ha llegado el momento de comer y cenar, niños que lloran porque tienen sueño, llamadas de teléfono para saber cómo están sus seres queridos y la familia. Sabes quién está colgando la ropa porque la rueda del tendedero chirría por falta de aceite, despertadores que suenan a mitad de la tarde, lavadoras que centrifugan y vibran haciendo palidecer a un huracán, etc. Son actos cotidianos realizados por seres desconocidos y a la vez, vecinos de patio.
Muchas veces no hace falta mirar el reloj para saber qué hora es. Olores que indican que ha llegado el momento de comer y cenar, niños que lloran porque tienen sueño, llamadas de teléfono para saber cómo están sus seres queridos y la familia. Sabes quién está colgando la ropa porque la rueda del tendedero chirría por falta de aceite, despertadores que suenan a mitad de la tarde, lavadoras que centrifugan y vibran haciendo palidecer a un huracán, etc. Son actos cotidianos realizados por seres desconocidos y a la vez, vecinos de patio.
Este sonido propio del patio, adquiere otra dimensión cuando en algún piso están haciendo obras. El repiqueto del rotaflex convive con el resto de la actividad diaria. Alguna vez, me he dado cuenta que sabía de memoria la canción de moda porque sonaba en una radio o alguien estaba cantándola.
Esta semana pasada faltaba algo, no escuchaba hablar a una persona, que sin darme cuenta se había convertido en parte de mi banda sonora diaria. No oía la voz dulce de una mujer preguntar: "Ana ¿estás bien?", "Ana ¿cómo te encuentras?".
Dos días después, me enteré de que Ana, había muerto mientras dormía. Tenía 94 años y padecía alzheimer. Nunca estaba sola, siempre estuvo bien atendida y cuidada por su familia a cualquier hora del día. Era una mujer menuda de cara sonriente y muy dulce. Creo que coincidí tres veces con ella en el ascensor.
Su vida formaba parte de la del patio y por ello, un poco de la mía. Mientras sentía su ausencia y el silencio dejando por sus cuidadores; desde otra casa, que están reformando, un obrero, cantaba en un idoma desconocido para mi, era contagiosa su alegría. Sonreí. Pensé en Ana. Sentí que estaba contenta.
La vida sigue. Dejamos nuestra huella a pesar de ser desconocidos, permanecemos unidos aún queriendo pasar desapercibidos. Si cerramos los ojos y abrimos el corazón sentiremos los lazos invisibles que nos acercan más que alejan.
La imagen está tomada de internet y desconozco quién es su autor.