Si la muerte no deja indiferente a nadie, la de un hijo, aún menos. Es una de las experiencias más duras por las que pasamos.
Asumimos, en nuestro primer y desarrollado mundo, que son los mayores los que se irán primero; decimos, es ley de vida. Olvidamos que la vida tiene su propio recorrido y no podemos hacer nada para impedirlo.
Cuando nacen nuestros hijos deseamos que tengan una vida estupenda, sencilla, cuajada de vivencias positivas y llenas de éxitos, ayudamos a que sean personas responsables, comprometidas y su vida sea feliz. Sin embargo, un día, la muerte hace acto de presencia, y nuestros hijos mueren, ya sea por un accidente, una autoliberación, una enfermedad terminal, sufriendo muerte súbita, suicidio, asesinato, negligencias médicas, etc. No estamos preparados para ello. Nuestro mundo se derrumba, se viene abajo, inundándose de rabia, desconcierto, impotencia, angustia, y sobre todo, mucho dolor. Les dimos la bienvenida al nacer, les protegimos y ahora, mueren.
Quizá la muerte más "fácil" de integrar sea la de una enfermedad terminal, ya que nos permite acompañarles en su proceso, ayudarles en su tránsito, cerrando su ciclo, guiándoles en su paso por la vida y la muerte. Hemos estado junto a ellos y es importante.
Un duelo por la muerte de un hijo, no tiene un tiempo de superación. Es una muerte que deja unas heridas difíciles de curar y cicatrizar. Entre otros factores, además de lo que implica la muerte en sí, también entraría en juego nuestro dolor, nuestra impotencia y nuestra "culpa", el no perdonarnos por no haber podido evitar su marcha. La mente no para de pensar: si hubiera estado más atento, si no le hubiera dejado salir aquella noche, si hubiera .... Y en algunos casos, no nos perdonamos, nos sentimos responsables de su marcha, sin serlo.
Aparece el autoboicot, deseamos dejar de vivir. Si ellos han muerto, sentimos que les fallamos, y nos castigamos. La risa, la alegría, el juego desaparece; decidimos que la vida se estanque y pare, hay un antes y un después. Es cierto, es un hecho real. Ya nada será igual.
Pero, ¿es justo para los que nos rodean, nos quieren, y sobre todo, para nosotros mismos "el morir en vida" por la muerte de nuestros hijos? ¿Qué desean ellos que hagamos con nuestra vida? Sin duda alguna, desean que seamos felices, que realicemos nuestros sueños, aunque no es una tarea fácil de llevar a cabo.
La vida continúa avanzando. Si tenemos familia, amigos, más hijos, también necesitan de nosotros, de nuestro apoyo y alegría. Podemos elegir vivir, a pesar del dolor, e ir integrándolo, sabiendo que habrá días mejores, muy duros, que la vida será una montaña rusa de emociones y que nos acordaremos de nuestros hijos todos los días. También podemos decidir sufrir, penar, como la manera de sacar nuestro dolor, la rabia, la ira; y además, hay quién decide, volcarla en los demás.
He escuchado muchas veces a personas que han perdido a hijos, decir que su vida carece de sentido, se ha ido la alegría, el motor de sus vidas, y no se dan cuenta que a su alrededor hay más personas que también les necesitan, que les aman y desean su bienestar. En ocasiones, su propio dolor, les impide aceptar que la vida sigue, incluso les ha llegado a molestar y no entender que el resto de las personas se rían, y disfruten de momentos de felicidad.
Cada uno de nosotros vive el dolor y el duelo de manera distinta. No siempre tenemos la misma fuerza interior, ni las heridas la misma profundidad, ni dejan la misma huella y cicatriz.
Debemos perdonarnos, asumir que pese a lo injusta que es la vida, nos regala momentos maravillosos. Está en nuestra mano el vivirlos y disfrutarlos, reconocer que el divertirse ayuda a que los seres que han fallecido estén mejor, pues desean nuestra felicidad y no el dolor y tristeza. Podemos aprender a ver que toda vivencia por muy dura y difícil que sea, forma parte de las pruebas de vida que hemos elegido vivir como almas que somos.
La muerte de nuestros hijos abre caminos nuevos en nuestra vida. Rutas que facilitan el llevar a cabo, el trabajo que nuestra alma eligió realizar en esta encarnación. Podemos decidir ayudar a los demás a sobrellevar el dolor, a compartir nuestra experiencia, a acompañar en situaciones difíciles, luchar por el reconocimiento de una muerte, de una negligencia, ayudar a la sociedad a tomar conciencia de las muertes por accidente, trágicas, ayudar a cambiar leyes.....
Pues su muerte no ha sido en vano y ha abierto nuevas sendas para encontrarnos a nosotros mismos, para saber quiénes somos, qué cualidades tenemos, y qué y cómo queremos vivir la vida. Podemos elegir vivir lo positivo dentro de lo negativo. Siempre hay luz a pesar de la oscuridad.
La imagen está sacada de internet y desconozco quién es su autor.