jueves, 25 de abril de 2013

La enfermedad tras la muerte

Quiero compartir con todos el comentario que dejó Milagros en una de las entradas del blog, "Soñar con los seres fallecidos". Me ha parecido muy bonito e interesante por varios motivos. Uno de ellos es que es una historia llena de amor que continúa tras la muerte su abuela. Y el resto, lo averiguaréis al leerlo ;).

Milagros: (...) Mi abuela, mi amiga, la persona que me ha criado, el primer olor que reconozco en mi vida y mi gran amor nos dejó hace 7 meses después de pasar por una dura enfermedad llamada Alzheimer. Es un premio para mi y para ella, porque no tenía calidad de vida. Además, tuvo una muerte muy dulce, una muerte justa, en su casa, con su marido y sin sufrir absolutamente nada.

Le dio tiempo a despedirse de mi unos días antes, aunque no podía hablar debido a la enfermedad ella y yo nos comunicábamos perfectamente. La pregunté si era feliz y me dijo "me quiero ir con mi madre" supe entonces que era el último día que la iba a ver. La noche antes de su fallecimiento soñé con unas mariposas blancas, esa mañana nos dejó.

Ahora la siento muy cerca y he soñado 2 veces con ella. En mi último sueño me llamaba por teléfono y me decía que fuera a buscarla al metro. Yo no sabía cuál de las dos paradas de mi barrio era la del encuentro y me agobié un poquito porque pensaba que ella no iba a saber en cuál parada bajarse, debido a su enfermedad. Finalmente, nos encontramos, la llené de besos, sentí su piel, su carita....me sentí feliz en mi sueño y llena de amor.

Quería preguntarte ¿qué opinas sobre un ser de luz que en esta dimensión tuvo Alzheimer? ¿Crees que ella puede estar perdida, allá dónde esté por esta enfermedad?

En mi sueño, como decía, al final nos encontramos, pero estoy inquieta porque no sé si las enfermedades de este plano como el Alzheimer pueden afectar en otros... (...).

Empezaré por el final. Da igual la enfermedad que hayamos tenido, las incapacidades físicas o mentales con las que hemos vivido; tras la muerte, desaparecen, volvemos a ser seres de luz, espíritus libres. Tras el tránsito, dejamos atrás lo que fuimos y nos acercamos a lo que somos en realidad, seres de amor.

Algunos seres tardan más que otros en darse cuenta que son libres y están llenos de amor, que no hay dolor, ni enfermedad, ni pena, ni angustia. El proceso va a depender de lo apegados que estén a sus vidas anteriores, a la vida que acaban de dejar. El tiempo carece de importancia, cada ser lo vivirá a su manera y a su ritmo; simplemente es un proceso de adaptación y evolución.

Antes de nacer elegimos las circunstancias y situaciones que van a permitirnos seguir nuestra evolución como seres. La enfermedad, las limitaciones físicas o mentales, forman parte de este aprendizaje. Si al morir hemos aprendido lo que queríamos experimentar, pasaremos de nivel o de curso. Si todavía hace falta aprender más, elegiremos el momento adecuado para regresar y completar el aprendizaje que falta. La elección la hacemos desde el amor; nadie nos juzga, tampoco nosotros mismos.

Alguna vez he hablado sobre las personas que están en coma, podéis leer la entrada "El estado de coma y el alma" o buscar la etiqueta coma en la columna derecha del blog. Lo mismo podría aplicarse a las personas que tienen Alzheimer. Aunque están vivas, su espíritu está más cerca del otro plano que de éste en el que vivimos. Aparentemente han desconectado de esta vida por varios motivos; sin embargo, siguen estando activos, trabajando y continuando su evolución en el plano astral.

Al morir, recuperan totalmente la libertad de acción, de moverse a dónde deseen ir, ya no tienen el anclaje del cuerpo que les limitaba. Tras la muerte, su proceso es el mismo que cualquier otro ser que haya muerto de manera natural, enfermedad, trágica o accidental. O lo que es lo mismo, todos volvemos a ser conscientes de nuestra totalidad.

Es posible que en los encuentros o comunicaciones que podemos tener con nuestros seres queridos, para que podamos reconocerles, pueden aparecer mostrándose tal y como eran en vida. Por ejemplo, si llevaban gafas, les vemos con ellas aún sabiendo que en el plano en el que están, no las necesitan.

También se dan casos al contrario. Seres que en vida, habían muerto ya muy mayores, con limitaciones claras, aparecen en las comunicaciones tal y como se ven y se sienten ahora ellos. Suele ser habitual, ver a seres que a pesar de haber muerto con 90 años, se presentan como jóvenes de 20 o con 40 años.

La enfermedad, los miedos, el dolor, etc., todo ello desaparece con la muerte. Recuperamos nuestra esencia, volvemos a ser nosotros en nuestra total inmensidad; volvemos a casa, al Amor; listos para seguir trabajando y evolucionando.


La imagen está tomada de internet y desconozco quién es su autor.

martes, 16 de abril de 2013

El poder de lo esencial en la vida y la muerte

Vivimos rápidamente, queremos todo para ayer. Tenemos estrés, ansiedad y mil cosas más. Al vivir tan aceleradamente, pasamos por alto el valor de la sencillez en el que habita lo esencial.

Hoy en día, parece un lujo lo que no debería serlo; el poder pararnos a escuchar lo que nos rodea; pero sobre todo, el escucharnos a nosotros mismos.

Para caminar en la vida, necesitamos una brújula, un faro por el que guiarnos y lo encontramos, en la escucha.

Una de mis frases favoritas es, "escucha a tu corazón", porque ahí reside la verdad, la respuesta que estamos buscando. No podemos oír cómo suena, cómo late si desconocemos con qué vibramos, qué nos hace felices, qué nos gusta o nos entristece. Parar un instante a escucharnos, es la mejor inversión que podemos hacer para saber quiénes somos.

Por supuesto, es aplicable a todos los aspectos de la vida y de la muerte. O mejor aún, cómo afrontamos y vivimos, la vida y la muerte. La pérdida de un ser querido es dura, difícil. Al principio podemos estar en estado de shock hasta que poco a poco vamos asumiendo e integrando la ausencia. Y entonces comienza la montaña rusa, las contradicciones. Lo mismo podemos estar tristes, cansados, angustiados, dolidos, enfadados con los que se han ido, con nosotros mismos, sentimos la ausencia y hay dolor. Si en un momento reímos, salimos y nos divertimos parece que estamos siendo irrespetuosos, entra la culpa y el remordimiento; y de nuevo, volvemos a la montaña rusa de las emociones.

Si nos sentimos tristes y tenemos ganas de llorar, lloremos. Si queremos gritar, gritemos. Si queremos reír, y después llorar, hagámoslo. Lo mejor es fluir, dejarnos llevar; exteriorizar nuestro dolor, sacar nuestra rabia, e incluso permitirnos el poder decir, ahora descanso, sin remordimientos. No somos culpables por sentir emociones, ni por estar vivos.

Tras una muerte, muchas veces pensamos que podíamos haber dado más, haber dicho "te quiero" muchas más veces. Se nos olvida que lo que hicimos o dijimos en ese instante, era lo que salía de nuestro corazón; era amor e hicimos lo que creíamos que era lo mejor y correcto.

Esos sentimientos de culpa tienden a generar más angustia y dolor uniéndose a los que ya tenemos. Cuesta frenar la mente. Estoy segura que cuando atendíamos o estábamos con nuestros seres queridos, les acompañamos y les transmitimos el amor que sentíamos hacia ellos. Eso se nota, aunque no lo digamos. Estar en silencio a su lado, también es amor. Cogerle la mano a un enfermo o moribundo, es amor. Decirle que le queremos es amor. Ayudarle a que esté cómodo y en paz, es amor. Aunque en el momento en que lo estemos haciendo, a veces nos resulte incómodo, estemos cansados o tengamos un mal día, seguimos dando amor.

Siempre se van a quedar en el tintero tantas cosas que no dijimos, tantas cosas que no hicimos, tantos planes que se han desbaratado. Es inevitable. No podemos culparnos por una palabra o sentimiento no dicho en un instante; y hacer de ello, el freno para seguir avanzando.

La muerte trastoca, nos obliga a cambiar, a vivir de otra manera. Pero también posibilita que avancemos y crezcamos en el amor. Cada uno a su ritmo, a su paso. Si tenemos sentimientos contradictorios, los tenemos. Vamos a querernos, a amarnos, a escucharnos, a saber con qué vibramos, vamos a perdonarnos por lo que dijimos y por lo que callamos, por lo que fuimos y somos.

Y además, "tenemos un as en la manga", todo aquello que no pudimos decir a nuestros seres queridos, ya sea porque no estábamos con ellos, porque no hubo tiempo, porque fue una muerte repentina, etc.; se lo podemos decir ahora desde el corazón, desde al amor que sentimos por ellos. Nos escuchan, nos sienten. Queriéndonos, les honramos también a ellos. Comencemos a valorar el poder del corazón y del amor, siendo conscientes de nuestra esencia.


La imagen está tomada de internet y desconozco quién es su autor.

domingo, 7 de abril de 2013

La historia de Esther y el mensaje de su padre fallecido

El amor no tiene límites, no conoce fronteras y la muerte no es una de ellas. El amor sigue presente a pesar de que estamos en distintos planos. Los seres que han fallecidos están lejos y a la vez, muy cerca de nosotros.

Echamos de menos a nuestros seres queridos fallecidos. Hicimos grandes planes junto a ellos, vivimos hermosas historias, planeamos vidas tranquilas y felices, llenas de proyectos estupendos que de repente desaparecen.

Nos sentimos perdidos, bloqueados, tristes, angustiados, decepcionados; podemos sentir rabia, impotencia, y a veces, podemos sentir paz, a pesar del dolor. Vivimos sentimientos contradictorios; les queremos, les echamos de menos y a la vez, sabemos y queremos que estén en un lugar mejor.

Los que seguimos vivos, solemos pensar que los seres que han muerto, sienten y piensan de la misma manera que cuando vivían. En alguna ocasión, me he encontrado con personas que decían no reconocer a sus seres queridos cuando estos les pedían pasar página ante determinados hecho o situaciones.

En consulta, he vivido varios casos parecidos. Recuerdo el caso de Esther. Su padre había fallecido. Había decidido tomar su relevo en la cuestión familiar, y quería saber si su padre le daba alguna indicación sobre el camino que debía seguir. Se sentía sola. El origen del problema, una herencia mal repartida, que había provocado que las relaciones entre los hermanos fueran muy malas. Y con el paso del tiempo, las posturas en vez de acercarse, eran más lejanas y negativas.

Esther estaba indignada porque unas tías suyas, hermanas de su padre, habían actuado en su contra una vez más. Estaba muy dolida y sabía que su padre le entendería. Su sorpresa fue enorme al escuchar el mensaje de su padre, le dijo que el asunto ya no tenía importancia para él. Esther estaba indignada, no se lo podía creer, su padre en vida, había mantenido una actitud firme con respecto a sus hermanas. El no era así. Nunca hubiera tirado la toalla.

El padre de Esther, viendo que ella no entendía la situación, se dirigió una vez más a ella y le explicó que al morir, se había dado cuenta de que durante su vida, la rabia que había sentido hacia su familia, le había impedido ser feliz, hacer aquello que quería de verdad. Había confundido sus prioridades, olvidándose de sus necesidades. No quería que le pasara lo mismo a ella.

Esther, respondió a su padre, que él mismo le había dicho muchas veces, que era importante mantener la misma postura ante su familia. Ella, que pensaba que su padre estaba orgulloso de ella, se había encontrado que le pedía que lo abandonara todo, que lo dejara, que no merecía la pena; que debía buscar su felicidad y que si no lo hacía acabaría siendo un amargado como él. Quería lo mejor para ella, le estaba indicando qué camino debía tomar, cómo debía vivir su vida. Esther no lo comprendía, su padre no podía haber cambiado tanto. Era imposible.

Esther estaba confundida, dolida, se sentía olvidada y abandonada. Indudablemente, tuvo que ser muy duro de asumir y aceptar que la lucha de una vida, los objetivos de todos los días, quedaban relegados, así sin más. Su padre le había dicho que debía vivir la vida de otra manera, buscando su propia felicidad y olvidando a quienes les habían hecho daño.

Decidió que quién le hablaba no era su padre. Se marchó dolida. Al cabo de un tiempo, volvió a ponerse en contacto conmigo. Quería pedirme disculpas por su actitud y comportamiento. Comentó que se había sentido decepcionada tras su consulta conmigo pero que al poco tiempo, había empezado a tener unos sueños muy especiales con su padre.

Esther sintió que su padre le hablaba y le marcaba de nuevo el camino. Le había costado comprender que áquel ser que transmitía paz y amor, y que no hablaba de las jugarretas que le habían hecho los demás, era su padre. Por fin, había entendido los mensajes que le había dado. Al mismo tiempo, empezó a entender la transformación de su padre tras su muerte.

Los seres queridos al morir, tienen un mayor nivel de conciencia que nosotros. Su perspectiva cambia, se transforma, hay más amor. Los sentimientos como la rabia, el odio, el dolor, la incomprensión, tienden a remitir hasta quedar en nada; o mejor dicho, en amor, en comprensión y apoyo.

El amor llega hasta los rincones más oscuros del alma, del corazón y la mente, llenándolos de luz, de claridad. Si permitimos que nos llene, seguro que encontraremos que parte o muchos de nuestros miedos desaparecen; y sobre todo, empezaremos a escucharnos a nosotros mismos, dando comienzo a una nueva etapa en nuestra vida. 


La imagen está tomada de internet y desconozco quién es su autor.