Esta semana entramos en una nueva estación. Llega la primavera, con su estallido de color, de aromas, de brotes, de esperanza, de rejuvenecimiento y trae un mensaje muy especial, el del resurgir. Tenemos la capacidad del ave fénix, la de renacer de nuestras cenizas.
La vida es un camino lleno de baches, autopistas, atajos, puentes, áreas de descanso, caídas en descenso, tirolinas, juegos, dolor, diversión, sufrimiento, alegrías. Todo ello, ayuda a que moldeemos quiénes somos, a que sepamos cómo enfrentarnos a las dificultades o alegrías del día a día. Es un impulso hacia adelante, es una llamada a no estancarnos y a observar y averiguar quiénes somos.
Tras la muerte de un ser querido, todo cambia. En algunos casos, especialmente en los que la muerte, es la de una persona enferma, tenemos más tiempo para asumir e integrar su marcha; en cambio, cuando la muerte es instantánea, desaparece la oportunidad de hacer el duelo en vida, y siendo el duelo un proceso más complicado y difícil.
Al igual que la primevera, regala el frescor, los brotes verdes, el color, también, enseña, que tras el otoño de hojas caídas y mustias, de pérdidas y del invierno de reposo y a veces helador, al final, llega el momento en que florecen los frutos. Podríamos resumirlo diciendo que son ciclos: muerte, tiempo para la calma y para que la semilla tenga la fuerza suficiente para germinar y al llegar a la primavera, muestre sus frutos.
La muerte, tiene el poder de cambiar y transformar, e incluso, transmutar. No nos deja indiferentes, nos obliga a actuar, a posicionarnos ante la nueva situación. Cada uno a su ritmo y manera. Asumir la muerte muchas veces no resulta fácil. Los sueños e ilusiones, todos los proyectos que estaban en marcha, la ausencia del contacto físico, del abrazo, de las miradas, duele. Podemos sentir impotencia, culpa, rabia, ira, angustia, ansiedad y dolor; sufrimos, y todo ello, deja heridas que irán cicatrizando poco a poco. Está en nuestras manos el intregarlo, asumirlo o el no hacerlo.
Son emociones difíciles de integrar. Mientras ocupen todo nuestro corazón, será complicado que dejemos entrada a la vida, a la alegría. La llegada de la primavera, nos recuerda que para poder florecer, hemos dejado atrás, hemos integrado y asumido, que la vida es un ciclo, llena de etapas distintas, a veces duras y complicadas, otras más fáciles y llevaderas. La vida es una montaña rusa llena de curvas, subidas y bajadas.
Antes de que la semilla fructifique, ha pasado por heladas, ventiscas, lluvias, sol, etc, y todo ello, ha hecho que el grano, sea más resistente, más fuerte. Lo mismo nos pasa a nosotros ante las dificultades de la vida, y más ante la muerte de un ser querido.
Habrá personas que decidan quedarse en el dolor, en la rabia, la ira; ya sea porque les cuesta o resulta difícil asumir la pérdida; otras, a pesar de ello, decidirán dar entrada a la luz, a los rayos de sol que harán que poco a poco, la semilla de la vida que está en su corazón, comience a florecer.
Todo es válido. Cada uno elije el proceso que necesita vivir para poder avanzar y crecer, para evolucionar. Y la muerte, es uno de los procesos más duros por el que pasamos y nos ofrece la oportunidad de recapacitar, de sentir, de reflexionar, de tomar una postura ante quiénes somos, hacia dónde vamos, y cómo queremos vivir nuestra vida.
La primavera está tocando la puerta. Permitamos que comiencen a florecer los brotes verdes de esperanza, de luz y amor en nuestros corazones. Vamos a darnos la oportunidad de seguir avanzando en nuestro camino dejando atrás en la medida que podamos, todos los lastres que arrastramos, la amargura, la rabia, la ira, el dolor. Vamos a perdonarnos, a amarnos, a sentirnos llenos y plenos por nosotros mismos y los seres que han fallecidos. Pues, a pesar de que no les sentimos tanto como nos gustaría, velan y cuidan de nosotros, y siguen queriéndonos con toda la fuerza que tiene el amor verdadero.
La imagen está tomada de internet y desconozco quién es su autor.