A lo largo de mi vida profesional y personal, me he encontrado con distintos grados de dolor y sufrimiento por la muerte de una mascota.
Para algunas personas, la muerte de su animal, ha supuesto un verdadero trauma, un desgarro y angustia que les ha costado o está costando mucho esfuerzo superar.
Por otro lado, he visto a personas que aún amando a sus animales, y siendo estos uno más en su familia, viven su marcha con aceptación a pesar del dolor y la tristeza.
Hace dos años, una persona de mi entorno más cercano, perdió a su perro, mezcla de labrador y golden retrevier. Habían permanecido juntos once largos años, siendo compañeros inseparables. Recibí una carta muy bonita en la que comunicaba que su amigo más fiel había fallecido tras una larga enfermedad muy dolorosa. Viendo que su perro estaba sufriendo muchísimo y no había ningún remedio ni medicación que evitara el dolor, había tomado la decisión más complicada, la de llevarle al veterinario para que dejara de sufrir.
Comentaba que antes de hacerlo, habló con el perro y le contó lo que iba a hacer. Le explicó los motivos y el porqué de la decisión. Explicaba que sintió que su amigo le había entendido, decía que apenas podía moverse y levantó su pata para apoyarla en él dando así su bendición.
Esta persona, tenía el corazón roto. Acudió al veterinario al día siguiente, y acompañó a su amigo hasta el último momento de su vida.
En la carta agradecía a su amigo todos los buenos momentos que habían vivido juntos, todo lo que había aprendido de él y lo mucho que le había ayudado a superar y vivir momentos complicados de su vida. Le daba las gracias por todos los años de compañía mutua, de amor y cariño, de apoyo incondicional.
Todavía sigue estando de duelo por su perro y de momento, no quiere volver a tener otro animal.
Hace unos días, otra persona muy cercana a mí, dormía a su gato, habían pasado juntos más de diecisiete años. Al igual que hizo antes con el padre de este gato, permaneció junto a él, mientras le administraban una inyección. Contaba que a pesar del dolor, era parte de su familia y como tal, le acompañó en el tránsito a su muerte.
Se
puede llegar a querer mucho a un animal, tanto que su muerte afecta,
marca, duele y también conlleva pasar por un proceso de duelo.
Los animales forman parte de nuestra vida, nos acompañan, aman
incondicionalmente. El sentir su ausencia, su marcha, el hueco que dejan
es normal. Es una señal de que hemos querido y sido correspondidos.
Las mascotas forman parte de nuestras vidas, son nuestra familia.
La imagen está tomada de internet y desconozco quién es su autor.