Antes de que ella enfermara solíamos hablar de la vida, la muerte, de cómo queríamos vivirlas y cómo enfrentarnos a ellas de la manera más positiva posible. La verdad, hablábamos de todo y aprendí mucho a su lado, tanto estando en vida y como en su muerte.
Prometí escribir una entrada en la que iba a contar lo que había supuesto para mi su muerte. Y aquí estoy. En tres meses no ha cambiado mi manera de pensar, ni de sentir sobre lo que ha representado su muerte; pero es cierto que tiempo transcurrido, da cierta perspectiva.
Cuando murió Pilar, sentí que no había hecho todo lo que podía por ella. Mi cabeza me decía que siempre se puede hacer más, una nueva visita, una sonrisa más, un momento más largo junto a ella... Pero se que hice todo lo que estaba en mis manos. Tuve la oportunidad de despedirme de ella varias veces, cerrando todos los círculos, enseñándome el camino del desapego.
Estando ya ingresada, estaba muy malita, tuvimos la ocasión de hablar varias veces sobre su estado. Me miraba y me preguntaba: qué opinas, cómo estoy, qué crees que va a pasar. Resultaba duro, pero le contaba la verdad y al final, le sonreía y le decía, ya sabes, la esperanza es lo último que se pierde.
Esta muerte, me ha enseñado a que no hay que tener miedo de hablar de lo que está sucediendo, de lo que le está pasando al enfermo, que sigue vivo, tiene sentimientos a pesar de estar agonizando. Y si están en condiciones, ellos eligen cómo quieren vivir esos momentos que les queda. Ellos y no nosotros, son los protagonistas de su vida y de su muerte.
Es duro decir a un amigo, a un ser querido, que no le queda mucho tiempo, que se está terminando su vida, pero a la vez estás respondiendo a sus preguntas, quiere saber la verdad y no tenemos derecho a mentirles. Estas respuestas pueden darles tiempo a poner en orden su vida e iniciar así el tránsito o paso la muerte.
Pilar siempre estuvo rodeada de buena gente, su familia vivía fuera y no podían venir todo lo que querían y las amistades estuvimos junto a ella más tiempo. De entre todas las amistades, que se siempre le atendieron con mucho cariño y afecto, recuerdo a una en especial, que pese a los malos días que tuvo Pilar al final, ella nunca perdía la sonrisa, le miraba con ternura y con dulzura. Gracias a ellas dos, aprendí a que el amor cuando es sincero, no pide explicaciones y es entrega, no pide nada a cambio. Gracias Inma por enseñarme tanto y al resto por estar ahí y ser como son, estupendas.
Aprendí a que el respeto a los demás y a una misma, es sagrado, y que la tolerancia y el amor van unidos de la mano.
Aprendí a que cuando la muerte es cercana, o la situación es grave, sale a relucir nuestra personalidad, con todo lo bueno y lo malo. A veces resulta incómodo decirle no a quién se está muriendo, pero se nos olvida que sigue vivo, que siente, que sufre, que ama, que piensa, que tiene miedo, etc.
Aprendí que no quiero sufrir sin necesidad, ni sentir dolor. Ni quiero ser una carga para nadie.
Aprendí que se echa mucho de menos cuando quieres y no puedes hablar con la persona que se marchado, coges el teléfono y ves su número, al que por mucho que marques no va a coger nadie. Duele la ausencia, la marcha y se nota su vacío.
Aprendí a seguir conviviendo con Pilar. Mientras camino por la calle o en cualquier momento del día, le hablo a Pilar como si estuviera a mi lado, le digo mira esas flores tan bonitas, están preciosas o estoy pasando por tu parque favorito; o le comento lo que he hecho y cómo me siento, etc. Estaba y está presente a mi vida. Le hago partícipe de mis cosas, tal y como hacía cuando estaba viva.
Quizá en mi caso, porque fui amiga, y acompañante durante su proceso de muerte, pude vivir el duelo estando ella viva y me permitió adaptarme mejor a la situación. Lo viví de dos maneras distintas que al final convergen en una, entender que la vida y la muerte sólo son una etapa más dentro de una vida eterna. Cuando murió, sentí un cúmulo de sensaciones pero sabía que ella estaba en un lugar mejor, que había hecho un tránsito o muerte buena y estaba en la luz. Reconozco que eso ayuda mucho.
Con esta muerte he aprendido que la vida es maravillosa. Durante los años que estamos aquí, tenemos la posibilidad de aprender, de crecer y avanzar como seres que somos, y está en nuestras manos, el saber despedirnos de ella, con dignidad, con amor y agradecimiento.
En resumen, la muerte de Pilar ha sido un aprendizaje intensivo y sobre todo, una manera de conocerme mejor a mi misma, me ha ayudado a ordenar mis prioridades, y de reafirmarme en algunos de mis pensamientos y sentimientos. Es decir, cómo quiero vivir y morir. Entiendo que no puedo elegir el modo concreto de morir, pero puedo prepararme para cuando llegue ese momento.
Mañana es el santo de Pilar y qué mejor momento para escribir esta entrada.
La imagen de la foto es de un mandala personalizado que hice para Pilar y se lo regalé por un cumpleaños..